Día Internacional contra el Cambio Climático

Hoy, 24 de octubre, conmemoramos el Día Internacional contra el Cambio Climático, una fecha que no puede ser un simple recordatorio. Representa un llamado global a la reflexión, sensibilización y, sobre todo, acción frente a una de las crisis más profundas que enfrenta la humanidad: el cambio climático y sus efectos sobre el planeta y la vida. Su origen se remonta a la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, un hito en la cooperación internacional. Sin embargo, el progreso ha sido lento: los compromisos de los Estados muchas veces quedan en el papel, mientras las concentraciones de gases de efecto invernadero aumentan y los ecosistemas se degradan alarmantemente.

Por Jennifer Cabrera Ibañez
Coordinadora Técnica Red Campus Sustentable

Este día no debe entenderse como una conmemoración simbólica, sino como una advertencia urgente. Debemos trabajar para mitigar los efectos del cambio climático, pero también para adaptarnos a sus consecuencias inevitables. Si no lo hacemos colectivamente, las repercusiones serán cada vez más graves e irreversibles, afectando principalmente a las comunidades más vulnerables, cuya salud, seguridad alimentaria y bienestar están en riesgo.

El cambio climático no discrimina, pero golpea con mayor fuerza a quienes menos recursos tienen para enfrentarlo. Es, por tanto, un problema ambiental, social y ético que interpela directamente a nuestra forma de vivir y de relacionarnos con la naturaleza.

Jennifer Cabrera Ibañez
Coordinadora Técnica Red Campus Sustentable

Las causas del cambio climático son conocidas, pero seguimos actuando como si no lo fueran. La quema de combustibles fósiles, la deforestación, la agricultura intensiva, los procesos industriales contaminantes, el transporte dependiente del petróleo y el consumo desmedido de energía son las principales fuentes de emisiones. A ello se suma un modelo económico basado en el consumismo y la obsolescencia programada, que promueve la idea de que todo es reemplazable, incluso el planeta. Vivimos en una era digital que, si bien ofrece oportunidades inéditas, también ha acelerado el sobreconsumo energético y material. Cada clic, cada compra y cada dispositivo tienen una huella ambiental. Estamos utilizando los recursos naturales a un ritmo que supera la capacidad del planeta para regenerarlos.

Las consecuencias son visibles y crecientes. Las temperaturas globales baten récords año tras año, los patrones climáticos cambian abruptamente y los eventos extremos (inundaciones, sequías, incendios forestales y precipitaciones intensas) se vuelven parte de nuestra cotidianidad. Los glaciares se derriten, los ecosistemas se degradan y la seguridad alimentaria de millones de personas se ve amenazada. Si no modificamos el rumbo, estos desastres se volverán permanentes, afectando no solo al medio ambiente, sino también a nuestras economías, infraestructuras y formas de vida. Frente a esta realidad, la adaptación se vuelve una urgencia. No basta con reconocer el problema: debemos co-construir territorios resilientes capaces de resistir los impactos climáticos actuales. La adaptación implica reducir riesgos, mejorar tecnologías en nuestras ciudades, fortalecer la gestión hídrica, conservar los ecosistemas y fomentar economías locales sostenibles.

Si bien la responsabilidad principal recae en los Estados, que deben velar por la protección del medio ambiente, y en el sector privado, que debe cumplir estrictamente la normativa vigente, la respuesta frente al cambio climático exige la acción colectiva de todos los actores. Esto incluye a las instituciones públicas, a las instituciones de educación superior, a las organizaciones sociales y, sobre todo, a la ciudadanía. La acción local es esencial, pues cada territorio enfrenta realidades propias y las soluciones deben surgir del conocimiento del entorno, la participación comunitaria y la educación ambiental. Desde la infancia hasta la tercera edad, es imprescindible formar una conciencia ambiental que permita comprender la magnitud del desafío y actuar con responsabilidad. Educar para la sustentabilidad no es una opción: es un deber. Debemos preparar a las nuevas generaciones para medir, planificar, innovar y adaptarse, ya que serán ellas quienes enfrenten los efectos más críticos de esta crisis y lideren los cambios estructurales que hoy seguimos postergando.

En Chile, el marco institucional ha avanzado, aunque aún queda mucho por hacer. Contamos con la Ley Marco de Cambio Climático, la Estrategia Climática de Largo Plazo 2050, la Contribución Determinada a Nivel Nacional (NDC) y el Plan Nacional de Adaptación. Estas herramientas reflejan el compromiso del país con la acción climática, pero su eficacia depende de su implementación y del involucramiento de la sociedad. El desafío no es solo técnico, sino también cultural y político. Debemos transformar nuestra relación con la naturaleza y reconocer que el bienestar humano depende de la salud de los ecosistemas. Es urgente integrar la sostenibilidad en políticas públicas, planificación territorial, educación, economía y hábitos cotidianos.

Hemos de tomar conciencia de nuestro impacto individual y colectivo. Cada decisión que tomamos sobre lo que consumimos y desechamos genera consecuencias que afectan directa o indirectamente al medio ambiente. Acceder a información confiable, comprender la crisis y actuar son pasos clave para construir comunidades resilientes. No podemos ignorar que el medio ambiente es nuestra base de vida. Este es el momento de pasar de las palabras a la acción y enfrentar la indiferencia con compromiso

El cambio climático no es una amenaza distante ni un problema ajeno. Está aquí, afectando nuestros territorios, nuestra salud y nuestras economías. Y aunque el desafío parezca abrumador, cada acción cuenta. La suma de esfuerzos individuales y colectivos puede transformar sistemas enteros. No existe otro planeta como la Tierra. Este es nuestro hogar común, y su cuidado es una responsabilidad compartida. Las personas desarrollamos vínculos profundos con los espacios que habitamos: ríos, montañas, bosques y mares forman parte de nuestra identidad. Protegerlos no es un acto romántico, sino una cuestión de supervivencia.

Por eso, este 24 de octubre no debe ser solo una fecha para recordar lo que está en juego, sino para renovar nuestro compromiso con el cuidado del medio ambiente. Luchar contra la apatía, el egoísmo y los intereses que perpetúan el daño ambiental. Luchar por un futuro donde las próximas generaciones puedan disfrutar de un planeta habitable, diverso y justo. El cambio climático no espera. Actuar hoy es un deber ético, social y humano. La pregunta no es si podemos hacer algo, sino si estamos dispuestos a hacerlo.

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Octubre 24, 2025

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