Día Mundial de la Alimentación: Un Llamado a una alimentación consciente.

Cada 16 de octubre se conmemora el Día Mundial de la Alimentación, una fecha que invita a reflexionar sobre algo tan básico —y a la vez tan ignorado— como el derecho humano a alimentarse de forma suficiente, segura y nutritiva. La efeméride recuerda la fundación de la FAO en 1945, nacida tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial para erradicar el hambre y garantizar la seguridad alimentaria global.

Por Tatiana Soto, directora nacional Escuela de Salud y Deporte AIEP

Casi ocho décadas después, el desafío no solo persiste, sino que se ha transformado en una paradoja inquietante: el hambre y la obesidad coexisten en un mismo planeta, a veces incluso en un mismo hogar.

La FAO instauró esta conmemoración para promover dietas saludables, sostenibles y accesibles para todos. Sin embargo, los datos muestran que el problema ya no radica únicamente en la escasez de alimentos, sino en la calidad de lo que comemos y en el sistema que los produce y distribuye. Mientras millones de personas siguen padeciendo hambre, otras tantas enfrentan una epidemia silenciosa de sobrepeso y enfermedades asociadas a dietas ultraprocesadas.

A nivel mundial, la OMS reporta que en 2022 el 16 % de los adultos vivía con obesidad, y cerca del 43 % tenía exceso de peso. En América Latina, las cifras son todavía más preocupantes: 24 % de obesidad en promedio y más de un tercio de la población afectada en la región de las Américas.

En Chile, los números hablan por sí solos: el 42 % de los adultos vive con obesidad y el 83 % presenta sobrepeso u obesidad. Dicho en simple, somos un país que come mucho, pero se alimenta mal.

Estas cifras reflejan que no basta con producir más alimentos; es urgente cambiar la forma en que comemos, compramos y entendemos la alimentación. Detrás de cada producto en góndola hay un sistema alimentario que muchas veces prioriza la rentabilidad y la rapidez por sobre el bienestar de las personas y del entorno. Los ultraprocesados son baratos, accesibles y omnipresentes; los alimentos frescos, en cambio, parecen haberse vuelto un lujo en el que buscamos bienestar, pero muchas veces elegimos alimentos que no contribuyen a él. La cultura de la prisa y el consumo inmediato ha desplazado el valor de la comida casera y del encuentro en torno a la mesa. Frente a ello, el llamado de la FAO a una alimentación sostenible invita a repensar no solo qué comemos, sino cómo y con quién lo hacemos.

Tatiana Soto
Directora nacional Escuela de Salud y Deporte AIEP

¿Cómo revertir esta contradicción? No existen soluciones mágicas, pero sí caminos posibles y complementarios.

1. Reformar los sistemas alimentarios.
Necesitamos transformar la forma en que producimos y distribuimos los alimentos. Eso implica fomentar la agricultura local y agroecológica, apoyar a los pequeños productores y promover circuitos cortos de comercialización que reduzcan transporte, emisiones y desperdicio. También urge regular el etiquetado y la publicidad, especialmente aquella dirigida a niños, para que la elección informada sea una posibilidad real.

2. Educar para transformar.
La educación alimentaria no puede seguir siendo un tema secundario. Debe enseñarse desde la infancia a leer etiquetas, cocinar y respetar los alimentos. No se trata de volver al pasado, sino de rescatar la sabiduría de las cocinas tradicionales, ricas en legumbres, frutas y cereales integrales. En tiempos donde lo inmediato domina, volver a cocinar es un acto de resistencia.

3. Garantizar equidad y acceso.
Comer sano no puede ser un privilegio de pocos. Es imprescindible asegurar precios justos para los alimentos saludables, subvencionar frutas y verduras, y gravar bebidas azucaradas y productos ultraprocesados. Los entornos urbanos —mercados, comedores escolares y menús laborales— también deben transformarse para ofrecer opciones nutritivas y accesibles a todos.

4. Innovar con propósito.
La tecnología y la innovación pueden ser aliadas de la sostenibilidad si se orientan correctamente: agricultura de precisión, riego eficiente, reducción de pérdidas y desperdicios, y sistemas de trazabilidad que garanticen transparencia. Pero innovar no debe ser sinónimo de producir más, sino de producir mejor.

Construir sistemas alimentarios sostenibles y equitativos no es solo una meta técnica: es una decisión ética. Lo que ponemos en nuestro plato refleja el tipo de sociedad que queremos construir.
En un mundo donde conviven la abundancia y la carencia, alimentarse de manera consciente es un acto de responsabilidad con nuestra salud y con el entorno. Porque mientras la publicidad promete salud en envases brillantes, el verdadero bienestar sigue estando en lo más simple: comer bien, respetar el origen de los alimentos y reconocer que nuestra salud y la del planeta son una sola.

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Octubre 17, 2025

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